Si te pido en este instante que imagines un futuro perfecto, probablemente pensarás en proyectos personales y/o profesionales exitosos, en aquel viaje que nunca hiciste o en la casa en la playa del anuncio de la lotería. Pero ¿es posible llegar hasta ahí? ¿Hay alguna clave para tener éxito?
Albert Einstein decía “Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”
Una de las claves del éxito consiste justamente en eso, en hacer las cosas de diferente forma para que cambie el resultado. Tendemos a seguir un patrón de conducta determinado con el que nos sentimos cómodos. Es decir, compramos en las mismas tiendas, vestimos con ropa de un determinado estilo, vemos el mismo tipo de espectáculos o cine, nos rodeamos de un determinado tipo de personas e incluso reaccionamos habitualmente del mismo modo ante las críticas. Generalmente pensamos que esto se debe a nuestro carácter, nuestra personalidad o nuestros gustos. La realidad es que aunque esto está presente, en gran medida hacemos siempre lo mismo porque estamos en nuestra zona de confort. Pero ¿a qué se refiere este concepto tan de moda últimamente?
La zona de confort es un espacio psicológico seguro, es un espacio que conocemos y en el que nos sentimos cómodos y a salvo. Sabemos cómo actuar en las situaciones que se producen dentro de esta zona de confort con lo cual reducimos la incertidumbre y el estrés que esta pueda conllevar a la mínima expresión. La zona de confort puede ser el trabajo en el que llevamos 5 años, la forma de relacionarnos con nuestros/as amigos/as de toda la vida o el restaurante al que vamos a comer los domingos. Es decir, la zona de confort es un patrón de comportamiento que repetimos y al que recurrimos para mantener a raya la ansiedad.
Dicho así, la zona de confort parece un espacio de lo más agradable. El problema viene cuando queremos que suceda algo diferente, cuando queremos que se produzca un resultado distinto. La zona de confort limita nuestras conductas, creencias y afectos, mantiene un desempeño estable sin asumir riesgos. Pero ¿conoces el refrán “el que no arriesga no gana”? En este caso, nos viene al pelo. Imagina que llevas veraneando en la costa toda la vida, llega el verano, reservas el mismo apartamento de todos los años y te vas con la misma persona al mismo sitio. De repente un año no tienes sensación de vacaciones, sientes apatía por ese viaje y a la vuelta no tienes sensación de haber roto con la rutina y la monotonía, de haber cargado pilas. En este caso, estas señales nos alertan de que queremos algo diferente, nuevas sensaciones que nos den un nuevo aliciente. Estamos atrapados en la zona de confort. Sabemos que en esa playa a la que vamos todos los años encontraremos amigos, que conocemos la zona por lo que no tendremos miedo a perdernos, sabemos cual es el mejor sitio para comer o salir por la noche e incluso cual es el mejor rincón para disfrutar del sol. No hay riesgos, pero tendremos lo mismo de siempre. Si este año quisiéramos experimentar nuevas sensaciones, disfrutar por ejemplo de la montaña, tenemos que tomar los riesgos que conlleva ir a un sitio que no conocemos.
Este ejemplo se puede extrapolar a nuestro día a día, en el que tomamos pequeñas o grandes decisiones que nos sacan o nos dejan dentro de esa zona de confort. Pero la magia ocurre fuera de ella. Para crear algo nuevo, necesitamos salir de ese espacio seguro y estable. Algunos de los beneficios que encontraremos será la ampliación de nuestras limitaciones y el aumento de la creatividad, ya que nos enfrentaremos a nuevas situaciones desde otras perspectivas lo cual nos obligará a desarrollar nuevas habilidades, esto a su vez nos ayudará a generar más autoconfianza y a sentirnos más vivos.
Sin embargo, como en la mayoría de las cosas lo importante es encontrar un equilibrio. No es recomendable vivir en esta zona mágica siempre, puesto que podría producirse lo que se ha llamado “adaptación hedonista” que consiste en que las cosas nuevas dejan de impresionarnos porque nos hemos acostumbrado a esa descarga de adrenalina que producen. La zona de confort es necesaria para procesar la información que hemos obtenido en la zona mágica y consolidar esas herramientas recién adquiridas hasta convertirlas en parte de nuestro repertorio.
Entre una y otra zona suele estar la zona de pánico en la que nos asustamos y nos hacemos conscientes de todos los riesgos que conlleva salir de nuestro espacio seguro. Para salir de esta zona y poder llegar a donde ocurre la magia, necesitamos convertir la ansiedad por lo desconocido en motivación ante un nuevo reto. Es un buen momento para evaluar los riesgos y decidir hasta donde podemos/queremos arriesgar y una vez decidido seguir adelante, empezar a caminar hacia nuestros nuevos objetivos.
En esta zona de pánico, aunque hayamos sopesado los riesgos y estemos convencidos es normal que aparezcan miedos que en ocasiones nos pueden paralizar. Si esto se convierte en ansiedad, si nuestra cotidianidad se ve bloqueada, si nos sentimos paralizados/as e incapaces de hacer nada es el momento de pedir ayuda profesional. Pero entre tanto, te propongo la siguiente reflexión ¿Y si en lugar de pensar tanto simplemente lo haces?