De repente se va alguien a quien queremos, se escapa nuestra mascota, nuestro mejor amigo se muda a Londres, nos deja nuestra pareja o en el peor de los casos muere un ser querido. De repente. Porque en muchas ocasiones los acontecimientos nos sobrevienen así, sin previo aviso, sin darnos tiempo a asimilar. Ante tales circunstancias es probable que sintamos tristeza, rabia o incluso miedo. Pero una vez asimilada la nueva situación, pasado nuestro duelo, ¿qué nos queda? Y aquí aparece la nostalgia, o lo que es lo mismo, es aquí donde empezamos a echar de menos. Pero entonces ¿no nos queda más remedio que pasarlo mal?
¿Qué es la nostalgia?
Atendiendo a la etimología, nostalgia es una palabra proveniente del griego, a grandes rasgos y sin profundizar demasiado podríamos decir que nostos equivale a regreso y algos a dolor. Según la RAE
nostalgia.
(Del gr. νόστος, regreso, y -algia).
La palabra nostalgia fue creada por el médico suizo Johannes Hofer para explicar el estado emocional de tristeza o bajo ánimo en el que se encontraban los soldados que luchaban en el frente y deseaban volver a casa. Por tanto, empezó a usarse para describir ese sentimiento que nos surge cuando al estar lejos del hogar, lo añoramos. Sin embargo, podemos sentir nostalgia ante muchos motivos como veíamos en la introducción, por un amor perdido, por los recuerdos de una infancia libre de problemas, por una época laboral pasada en la que obtuvimos algún éxito o en la que trabajamos en un ambiente laboral agradable. El denominador común, la frase que lo resume todo, es que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero, ¿es esto realmente cierto?
Cualquier tiempo pasado fue mejor.
En resumidas cuentas podríamos decir que la nostalgia es el dolor de la felicidad que sabemos perdida, el dolor de un alegre pasado que no volverá. Sin embargo, este es un sentimiento tramposo. En palabras de Manuel Fernández Blanco –psicoanalista y psicólogo clínico- para La Vanguardia “Es un paraíso que se siente como perdido pero que, en realidad, nunca se ha tenido”. Y esto ocurre porque tendemos a idealizar el pasado, dotándolo de un carácter mágico en el que todo ocurrió por una razón extraordinaria. Incluso aquellos momentos que en principio nos pudieron parecer negativos, los dotamos de una “secuencia de redención” de forma que recordamos que fueron superados, que prosperamos a pesar de ellos y/o que nos sirvieron de aprendizaje para futuros eventos vitales.
Es decir, recordamos un pasado que parece mejor de lo que fue. Obviamos los momentos de incertidumbre, de conflicto, los errores que nos hicieron sentir torpes o las inseguridades que nos atenazaban. Recordamos sólo una pequeña parte del pasado que idealizamos. El porqué de esta cuestión es aún un debate abierto, aunque existen teorías que indican que esto ocurre porque el presente y el futuro crean ansiedad, mientras que el pasado no lo hace al no estar sujeto a incertidumbre. El problema no es añorar el pasado, sino aferrarse a él y gastar en ello toda nuestra energía sin querer afrontar los acontecimientos presentes y futuros.
La nostalgia es útil.
La nostalgia es una emoción y como tal tiene una función comunicativa que la hace útil per se. La nostalgia nos dice qué cosas valiosas tuvimos. Esto en sí, es útil y nos aporta beneficios psicológicos. Ser conscientes de todas las cosas buenas de nuestro pasado, nos hace conocedores de nuestros logros y éxitos, de nuestra valía. Esto es algo que repercute directamente en nuestra autoestima y nos permite sentir que nuestra identidad es bella y que el pasado mereció la pena ser vivido.
A partir de aquí, como en casi todo, la nostalgia nos resultará útil en función de lo que hagamos con ella. Recordar el primer beso, las tardes de domingo con un amigo, el olor a bizcocho recién hecho de la cocina de nuestra abuela o la canción que bailamos por primera vez con aquella persona especial, nos puede aportar un refugio emocional en el que sentir la satisfacción de la felicidad vivida. Sin embargo, un exceso de nostalgia o vivirla con una intensidad extrema que nos provoque un gran sufrimiento nos puede anclar al pasado, experimentando sentimientos de desazón por un futuro en el que no somos capaces de dejar lugar a la posibilidad de experimentar de nuevo una felicidad igual o incluso mayor que la pasada.
Manuel Fernández Blanco, concluye en La Vanguardia diciendo que para no hundirse en las arenas movedizas de la nostalgia es necesario “dejar de idealizar el pasado. Si una persona se instala en él, anula su presente e hipoteca su futuro. Y no todo era perfecto en los viejos tiempos”.
Así que ahora, a ti que te vas, voy a echarte de menos, pero sólo un poco.