La ansiedad es uno de los motivos de consulta más demandados para los psicólogos y psicólogas de Granada y me atrevería a decir que ocurre igual a nivel nacional e incluso internacional. Esto además es algo que se ve recrudecido en épocas de incertidumbre como de hecho está ocurriendo ante esta pandemia causada por el coronavirus y su consecuente enfermedad Covid-19. Ante esta situación encontramos cuadros de crisis de angustia o ataques de pánico que o bien aparecen por primera vez ante esta crisis sanitaria global o que estando ya presentes con anterioridad se vuelven más intensos y/o frecuentes. Ante esto, es normal preguntarnos qué es exactamente lo que nos pasa y qué hacer para superarlo.
¿Qué es la ansiedad?
La ansiedad es una emoción y como tal cumple una función adaptativa. Todas las emociones tienen la función de comunicarnos algo. Por ejemplo sentir alegría nos comunica que nos acercamos a nuestros objetivos o incluso que los hemos conseguido, en el caso de la tristeza nos informa de la pérdida de algo o alguien importante, la ira nos habla de situaciones injustas y así con todas las emociones.
La ansiedad funciona exactamente igual que el miedo. Tanto es así que neurobiológicamente es difícil hacer algún tipo de distinción. El miedo nos dice que estamos en peligro y nos prepara para actuar a través del sistema parasimpático. Pongamos que vemos una pantera hambrienta cerca, el miedo nos comunica que existe un peligro y nuestras glándulas suprarrenales empiezan a producir adrenalina elevando su nivel en el organismo. La adrenalina es la responsable de las acciones inmediatas por lo que tener un extra nos hará producir una respuesta de forma más eficaz ante el peligro. Esta y otras hormonas también producidas en este contexto serán responsables de aumentar la frecuencia cardiaca, la presión sanguínea y la tensión muscular de forma que nos da un empujón de energía. Hasta aquí, todo está bien. El problema aparece cuando el peligro no es real. Es decir, si en lugar de ver una pantera lo que hago es pensar en la probabilidad de que una pantera que se ha escapado de algún lugar me ataque. El cerebro activa igual el sistema parasimpático ante la posibilidad de un peligro, por lo que es posible que en algunos casos experimentemos una serie de síntomas físicos como taquicardia o sensación de ahogo o falta de aire a pesar de que el peligro sea sólo una posibilidad (puede que incluso remota). Y esta es la gran diferencia entre el miedo y la ansiedad. Podemos decir que la ansiedad es miedo ante un peligro imaginado o que no sabemos a ciencia cierta que sea real.
¿Qué hago si tengo ansiedad?
Para explicar el ciclo de la ansiedad propongo siempre el mismo ejercicio de imaginación. Intenta recordar la última vez que comiste algo muy picante. ¿Notabas como el picor iba creciendo en la boca incluso después de haber tragado? Es posible que incluso hubiera cierto momento de duda ante hasta dónde iba a llegar el picor. ¿Cuándo para? Es fácil haberse preguntado esto. Si la sensación de picor es muy intensa y molesta probablemente intentemos pararla ingiriendo otra cosa. Dependiendo de lo que sea nos servirá o no. Por ejemplo, si bebemos agua aunque nos refresque la boca en un primer instante no nos servirá de mucho, sin embargo beber leche hará que el picor se calme. Pero incluso si no hiciéramos nada, pasado un momento el picor alcanzaría un punto máximo y después bajaría por sí mismo.
Justo esto ocurre con la ansiedad en el momento de crisis. Una crisis de angustia o ataque de pánico funcionaría del mismo modo, subiría de intensidad hasta alcanzar en cénit y después remitiría por sí misma. Esto ocurre porque como hemos dicho antes, tenemos un aporte extra de hormonas como adrenalina, cortisol o aldosterona en el organismo. Pero esta activación no dura eternamente, nuestro cerebro intentará siempre proteger nuestra integridad física y por tanto nuestra supervivencia. Es por esto que dejará de producir estas hormonas en cuanto estime que no necesitamos emitir respuestas conductuales, para no dañar nuestro sistema.
¿Quiere decir esto? ¿Que lo único que podemos hacer es dejar que pase? No. Tenemos una gran injerencia en lo que nos ocurre y podemos utilizar ejercicios y estrategias que nos ayuden a bajar la intensidad. Al igual que en el ejemplo del picante, se trata de elegir la estrategia correcta, es decir beber leche en lugar de agua.
Superando la ansiedad.
Una vez que conocemos lo que nos ocurre y por qué, una de las primeras cosas que recomiendo es darle a cada cosa su justa importancia. No me refiero a frivolizar o banalizar nuestro malestar, sino a explicarnos por qué ocurren ciertas cosas para que no nos asustemos y entremos así en un círculo vicioso. Si ya sabemos que es normal sentir con más fuerza los latidos del corazón por la secreción de las hormonas que regulan el estrés, tiene poco sentido pensar que lo que me ocurre durante un episodio de pánico se deba a una enfermedad cardiovascular.
Si tenemos propensión a preocuparnos en exceso, a darle demasiadas vueltas a las cosas, a sufrir frecuentemente estrés y entrar en estados de agobio, nos será de gran utilidad contar con herramientas que nos ayuden a despejar mente y cuerpo. Para ello, la llamada vida slow nos puede servir de ejemplo cogiendo de ella lo que más nos interese y se adapte a nuestras preferencias. Las posibilidades son muy amplias, meditación, yoga, ejercicios de respiración, colorear mandalas o simplemente mirar un atardecer.
Sufrir ansiedad, sentir agobio, pensar que una determinada situación se nos hace grande, no es nada fuera de lo común. No tenemos que avergonzarnos por ninguna de nuestras emociones. Hablar de ello con otras personas nos puede ayudar a poner en orden nuestras ideas, a desahogarnos o a verlo desde otra perspectiva. A veces, simplemente el hecho de decir algo hace que tenga menos poder en nuestra mente. Si te sientes mal, dilo. No es necesario, ni siquiera es sano que absolutamente siempre estemos bien. Como te decía antes, todas las emociones cumplen una función. No tengas miedo a compartir las tuyas.
Y por supuesto, si esto no es suficiente, si tus emociones afectan a tu día a día y tu vida cotidiana empieza a hacerse cuesta arriba, pide ayuda profesional. Ir al/la psicólogo/a no es señal de debilidad, ni de locura. Precisamente las personas que piden ayuda son aquellas que tienen el valor suficiente para cambiar lo que las hace sentir mal.