“Creer y crear están a solo una letra de distancia” – Albert Espinosa.
Esta gran frase de Espinosa es mucho más profunda de lo que en un principio nos pudiera parecer. Habla de creencias, de creatividad, de acciones y de poder. En definitiva, de cómo el hecho de creer en algo hace más fácil que ese hecho se produzca. Pero, ¿es esto real? ¿verdaderamente funciona? Sin lugar a dudas, la respuesta es sí. Funciona.
En este caso estamos hablando de expectativas y de cómo éstas influyen en lo que nos ocurre. Las expectativas que tenemos sobre nosotros mismos, cómo creemos que somos, nos influyen en nuestro comportamiento. Si una persona cree que es afortunada, es probable que invierta parte de su dinero en juegos de azar, sin embargo si cree que no lo es, actuará del modo contrario. Si esta persona compara un décimo de lotería cada semana, en algún momento es probable que obtuviera algún premio aunque no sea muy grande. Este premio además de actuar como recompensa, confirma la expectativa de ser una persona afortunada y hace que la conducta de comprar se mantenga en el tiempo. Esto también ocurre en nuestras relaciones con los demás, lo que esperan de nosotros influye en nuestro comportamiento.
Para ilustrar esta explicación, os pongo como ejemplo el experimento que dos investigadores, Robert Rosenthal y Lenore Jacobson realizaron en 1966. En una escuela de primaria pasaron un test al alumnado denominado “Test de Harvard de Adquisición Conjugada”, el cual, supuestamente, medía la capacidad intelectual naciente o “acelerón”, de forma que aquella parte del alumnado que obtuviera una alta puntuación en el test, con toda probabilidad tendría grandes resultados académicos en el curso. La realidad era que todo esto era falso y el test sólo medía algunas aptitudes no verbales. Rosenthal y Jacobson, seleccionaron a un 20% del alumnado al azar y les dijeron a sus profesores y profesoras que habían sacado una puntuación excepcional en el test. ¿Qué pasó después de esto? Pues que tras 8 meses, ese 20% del alumnado mejoró más que el resto.
Esto fue denominado efecto Pigmalión y consiste en que las expectativas de una persona influyen en el rendimiento de otra. Pero ¿cómo es posible? Volviendo al experimento de Rosenthal y Jacobson, en este caso lo que ocurrió es que los profesores, inconscientemente, se comportaron de distinta forma con aquellos/as alumnos/as que habían sacado una puntuación alta en el test. Por ejemplo, mantenían más el contacto visual o repetían más aquellos mensajes que creían que este grupo no había captado. No lo hacían para favorecerlos/as, cómo decíamos, eran conductas que realizaban de manera inconsciente influidos por sus expectativas, ya que esperaban mucho más del grupo de alumnos/as con “altas capacidades”.
Por esto, la frase que reproducíamos al principio se cumple. No se trata de un pensamiento mágico o místico que nos diga que el mero hecho de creer en algo lo convierta en realidad, sino más bien de cómo el pensamiento (en este caso lo que esperamos que pase) nos hace comportarnos de una determinada manera, intentando de forma inconsciente que nuestras expectativas se cumplan.
Conocer este efecto de nuestra mente, nos da un gran poder, ya que trabajar sobre lo que queremos que ocurra, encaminar nuestra conducta hacia un objetivo y creer firmemente en que lo vamos a lograr, aumentará exponencialmente nuestras posibilidades de éxito. En este caso, podríamos decir que si bien no siempre querer es poder, sí es cierto que querer es el primer paso para poder.